martes, 18 de febrero de 2020

MUSIC CONNECTS PEOPLE





Obra creada ad hoc para el escrito, sumando creatividades ;)









Harto tiempo llevaba yo cortándome el pelo en mi casa, no menos de 12 años. Desde que decidí dejar de ir al pelucas del barrio, el último barbero de Filipinas, no había vuelto a pisar una peluquería. Un puto facha con todas las de la ley y pesetero o eurero (gran pintor renacentista). Debe tener ya cien años y ahí sigue pelando y pelando sin haber si quiera cambiado ni una rachola del antro, menudo desgraciado. Pilla ese garito un hípster de postín tin tin y se pone a vender cafés a 3 euros sin siquiera sacarle la roña a la cristalera de la entrada. En fin, putos fachas y mierda de hípsters gentrificadores, muy en la onda actual todo.

Gracias al fascismo de barrio, rollo VOX pero mucho antes de que existiera, empecé a desarrollar mis capacidades como pelucas aprendiz. Poco a poco fui depurando la técnica y  después de algunas cagadas y otros tantos trasquilones era capaz de hacerme un escalado que ni el histérico de Llongueras. Bueno igual no tanto  pero pegaba el pegote, así que enoF. Lo que pasa es que cortarte el pelo en casa no deja de ser una mandanga ya que sí o sí dejas el excusado con más pelo que la cuna de King Kong y por mucha maña que te des no deja de ser una enfangada ya que cuando te lo cortas con máquina los pelos son pequeños y acaban en cualquier lado, hasta en las cerdas del cepillo de dientes. Menuda cerdada, redundando.

Es en este momento de la historia que un día pasando por delante de uno de los múltiples paquistaníes que habían aterrizado en el barrio como peluqueros y regentes de badulaques (cómo ha cambiado la “fisonomía”de los barrios, como dirían Los Chikos del Maíz en su pedazo de temazo “Barrionalistas”: el barrio, unas veces lo amas y otras lo detestas…) Total, que digo, qué coño, vamos a probar, hey ho let´s go que dirían Los Ramones. Y de esta manera tan simple que no sencilla empezó un idilio que ya dura varios años.
Entro a la peluquería y ya percibo que el tipo no es de verborrea fácil, mejor, es justo lo que necesito.

Hola… Hola, cortar pelo?... Sí, al uno por los lados y arriba más largo… Silencio total. Hierático él, expectante el menda. Me corta el pelo rápido, limpio y más certero que un francotirador serbio. Se acabó la cuna de King Kong en mi baño per secula seculorum. Ah, y 5 pavos. What a wonderful world. Me pareció tan buen peluquero y tan poco toca cojones, recordad que venía del puto facha, que estaba claro que la experiencia iba a ser repetida en bucle como las canciones que te molan en el Spotify.

Así pasó el tiempo y bastantes peladas. Hola… Hola, cortar pelo?... Sí, al uno por los lados y arriba más largo. Hola… Hola, cortar pelo?... Sí, al uno por los lados y arriba más largo. Hola… Hola, cortar pelo?... Sí, al uno por los lados y arriba más largo. Hola… Hola, cortar pelo?... Sí, al uno por los lados y arriba más largo. Él siempre la misma cara, casi sin gesticular y por supuesto sin hablar, pacto tácito. La pelada perfecta (cómo suena esto, no? Emoticono con lágrima de sudor en el lateral de la frente).
Un día me atreví a romper nuestro pacto y le pregunté de dónde era, que de Paquistán, que de qué parte, que de Islamabad, que si había estado, que llegué a la frontera desde la India pero no tenía visado etc etc. Todo un derroche oral dada su poca predisposición a hablar. A partir de ahí los días siguieron con el Hola… Hola, cortar pelo?... Sí, al uno por los lados y arriba más largo, y ya poco a poco miradas de complicidad, pero siempre respetando sus pocas ganas de hablar y expresar probablemente debido a su pobre castellano. Así durante más de un año, exceptuando los breves intercambios que muy de vez en cuando se establecían, verbi gratia: el día que estaba yo siendo pelado, ojo la conjugación verbal, qué heurístico me levanté hoy, aparece mi santo viejo por la puerta (que tampoco es que sea él de hablar mucho, pero si se encuentra de golpe con su último vástago, él también es el último pero de diez, en la peluquería pues no le queda otra que hacer sonar la cuerdas) y el peluquero, Ahmed a partir de ahora, me espeta: … tu padre?... Mi padre… Cóbrame los dos… Papa está tó pagao.  

Todo transcurría con normalidad, pelada tras pelada (qué raro vuelve a sonar otra vez, normalidad y pelada juntos pufffffff) hasta que un día que venía yo de tocar el hang (un instrumento de percusión que mucha gente no conoce y que suele impresionar bastante la primera vez que se ve y se escucha) decidí pararme en el negocio porque estaba vacío y a mí me tocaba una buena trasquilada. Abro la puerta y: . Hola… Hola, cortar pelo?... Sí, al uno por los lados y arriba más largo. Ya sabéis.
Me rasura en cinco minutos a la perfección, as always, y cuando ya le aforo los 5 jurdeles de rigor y me dispongo a abandonar la pelu me suelta:
- Qué es eso? (mirando el hang, que va perfectamente guardado en su funda especial y tal y tal.
- Un hang (onomatopeya maquinera de Chimo Bayo o también el lugar de nacimiento del coronavirus. Ojito como estoy hoy)
- Poder ver?
- Sí, claro, faltaría plus.

Así que ni corto y menos perezoso saco el instrumento de la funda, me lo coloco entre la piernas (instrumento y entre las piernas así seguido, ojito que voy a más) y empiezo a tocar. Saco un par de notas rápidas  a compás de 4*4 con ritmo rumbero y Ahmed empieza absolutamente a flipar, cariacontecido, comienza a hacer muecas y gestos de asombro (nunca lo había  escuchado y le pasa a bastante gente la primera vez) y yo alucinando aún más que él de ver a alguien que llevaba observándolo durante mucho tiempo, y a través de un espejo, y que solo le había visto dos caras y un par de muecas como máximo y en medio minuto me estaba ofreciendo un espectáculo jamás visto de gesticulaciones faciales. Su cara era un poema de André Breton, las comisuras de los labios atrás esbozando una sonrisa que yo desconocía hasta entonces, a la mierda la hierática, estaba disfrutando en demasía con la música que desprendía el mágico y místico instrumento. Así seguimos por un par de minutos hasta que corto el ritmo y le digo si quiere probar a tocarlo. SÍ, SÍ, SÍ me dice. Me levanto para dárselo, es un instrumento volumínoso y pesado, y al unísono de ofrecérselo un cliente abre la puerta. Zasca, qué puta mala suerte, cagondeu. Nos miramos y nos entendimos galáxicamente (yo sigo inventando), comunión total por unos segundos, ok Ahmed ahora mismo ya no puede ser nos dijimos con la mirada. Ipso facto él volvió a representar su papel, cambio de rictus incluido, y empezó a acomodar al nuevo cliente en la butaca.
Al abrir la puerta de la peluquería ya para salir le dije: otro día que tengas tiempo lo traigo para que pruebes Ahmed, descuida.  

He comprobado múltiples veces en mis viajes como la música tiene el poder de conectar a las personas sean de donde sean y crear un vínculo muy poco convencional y que probablemente nada más pueda crear ella de una manera tan automática, instantánea y sincera. Rompe barreras idiomáticas, raciales, culturales e incluso generacionales, por eso quería dejar por escrito este episodio tan peculiar de mi historia personal. Ver como la música del hang nos conectó en un nanosegundo no deja de ser una buena lección de vida para cualquier observadora. LA MÚSICA CONECTA  A LOS SERES, más allá, probablemente incluso, de las propias especies…

Desde entonces hay más complicidad entre Ahmed y yo, pero seguimos desempeñando el papel que tan bien nos va y tan buenos frutos nos da, o sea: . Hola… Hola, cortar pelo?... Sí, al uno por los lados y arriba más largo. Y de cuando en vez alguna charlita improvisada y medida. Sin agobios, vivan las quelis muera el notario.

Id por la sombra.

P.d Dame un fa# (sostenido). Toma:













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