martes, 30 de octubre de 2012

UNA DE CUENTOS





"Eso"


Al preso lo interrogaban tres veces por semana para averiguar «quien le había enseñado eso». Él siempre respondía con un digno silencio y entonces el teniente de turno arrimaba a sus testículos la horrenda picana.

Un día el preso tuvo la súbita inspiración de
contestar: «Marx. Sí, ahora lo recuerdo, fue Marx.» El teniente asombrado pero alerta, atinó a preguntar: «Ajá. Y a ese Marx ¿quién se lo enseñó?» El preso, ya en disposición de hacer concesiones agregó: «No estoy seguro, pero creo que fue Hegel.»

El teniente sonrió, satisfecho, y el preso, tal vez por deformación profesional, alcanzó a pensar: «Ojalá que el viejo no se haya movido de Alemania.» 
  
   "El hombre que aprendió a ladrar"

Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desalineamiento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: "La verdad es que ladro por no llorar". Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación.

¿Cómo amar entonces sin comunicarse?

Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendian, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta y dialogaban sobre temas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.

Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: "Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinás de mi forma de ladrar?". La respuesta de Leo fue bastante escueta y sincera: "Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano."  
     "El japonés"  
Un hombre estaba poniendo flores en la tumba de un pariente, cuando ve a un japonés poniendo un plato de arroz en la tumba vecina.   El hombre se dirige al japonés,  le pregunta:
-   “Disculpe señor, pero ¿Cree usted que de verdad el difunto comerá el arroz?
-   “Si”, Respondió el japonés… “Cuando el suyo venga a oler las flores”
    
“Los niños”
                 
Una tarde nublada y fría, dos niños patinaban sin preocupaciones sobre una laguna congelada. De repente el hielo se rompió, uno de ellos cayó al agua. El otro agarro una roca y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas, hasta que logró quebrarlo y así salvar a su amigo.
Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había pasado, se preguntaron:
-“¿Cómo lo hizo?, El hielo está muy grueso, es imposible que haya podido quebrarlo con esa roca y sus manos tan pequeñas” . . .
En ese momento apareció un abuelo y con una sonrisa dijo:
- Yo sé como lo hizo…
- ¿Cómo? Le preguntaron.
- No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.
  
 


"La Serpiente"



Una serpiente tenía su cueva en cierta localidad.

Nadie osaba pasar por allí, pues aquellos que lo hicieron habían sido mordidos mortalmente por ella.

Cierta vez, pasó por ese lugar un santo.

Como de costumbre, la serpiente lo siguió con la intención de morderle, pero cuando se acercó al sabio, perdió toda su ferocidad y quedó cautivada por su dulzura.

Viendo a la serpiente, el santo dijo: "Bien, amiga mía, ¿quieres morderme?"

La serpiente quedó avergonzada y no contestó nada.

Al ver esto, el sabio agregó: "Escucha con atención, amiga mía; en el futuro no hagas daño a nadie".

La serpiente inclinó su cabeza en señal de asentimiento.

Cuando el sabio se fue, la serpiente entró en su cueva y, desde aquel día, comenzó a vivir una vida de inocencia y pureza, sin tener el menor deseo de dañar a nadie.

A los pocos días, se corrió la voz en el vecindario de que la serpiente había perdido todo su veneno y era inofensiva, y entonces, la gente comenzó a molestarla.

Algunos le tiraban piedras, otros la arrastraban desconsideradamente tirándola de la cola.

De este modo, sus sufrimientos no tenían fin.

Afortunadamente, después de cierto tiempo, volvió a pasar por aquel lugar el sabio, y viendo lo magullada y golpeada que se encontraba la pobre serpiente, se compadeció de ella y le preguntó la causa de tal calamidad.

A eso, la serpiente contestó: "Señor, he sido reducida a este estado, porque no he hecho daño a nadie después de haber recibido sus instrucciones. Pero, ¡ay!, ¡ellos son tan crueles!"

Sonriendo, el sabio dijo: "Querida amiga, yo simplemente te aconsejé que no hicieras daño a nadie, pero nunca te pedí que dejaras de silbar y asustar a los demás si era necesario. Aunque no debes morder a ninguna criatura, puedes mantener la gente a considerable distancia asustándola con tu silbido".

De modo similar, si tú vives en el mundo, haz que los demás te respeten.

No hagas daño a nadie, pero, al mismo tiempo, no permitas que otros te dañen a ti.

Sri Ramakrishna

    

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