sábado, 22 de octubre de 2011

LA HISTORIA DE UN MOCO





Anécdota ocurrida en la Facultad de Derecho de Barcelona, en los albores del verano del año 1997. Esta es una situación que me pasó, a mí personalmente, y no una de esas que me ha contado un colega que le pasó al vecino de su primo que tiene un piso de multipropiedad en Torremolinos y que la semana que le pertenece, casualmente, le sucedió la historia que te cuenta. Probablemente que se lo hizo con tres tías que se salían... ésta es fidedigna y muy ajustada a la realidad, ajustada a derecho para otros. Era una tarde soleada del día siete de julio de 1997,me acuerdo perfectamente, y el crepúsculo ya caía, inexorable. Cursaba primero de Derecho y estaba en mi último examen, fue un largo periplo y tenía más ganas de acabar que de vivir. La materia objeto del susodicho examen era: Teoría del derecho, una especie de introducción filosófica del derecho, o eso, por lo menos, es lo que pretenden. El docente: Carmelo Gómez, jefe de estudios de la facultad. Para describiros a este personaje utilizaré la figura de un gran filósofo griego, Platón. 



Este hombre, Carmelo, era para mí la reencarnación de Platón, tanto intelectual como físicamente. Para los que no lo conozcan sólo tienen que echar un vistazo al cuadro de Rafael titulado “La escuela de Atenas”. Después, con un poquito de imaginación, ya os lo podéis representar. Ésta es su representación empírica, física, palpable, corpórea y tangible. La intelectual sólo os digo quede diez palabras que salían de su boca, yo, no entendía once.. Un ejemplo de la gracia y fácil verborrea de este sujeto sería el siguiente: mi gran amigo Rubén y unas amigas suyas, fueron expulsados, amablemente, con las siguientes palabras “ por favor estos señores de la segunda fila pueden hacer el favor de irse ya a platicar al pasillo. Si son tan amables...”, claro ellos no lo comprendieron y se quedaron impávidos e impertérritos e inmóviles ante la reprobación pública del profesor. Efectivamente, de una persona que expulsa a sus alumnos a platicar al pasillo se puede esperar todo, ya sabemos que el que puede lo más puede lo menos. Y es que este magnífico personaje va a ser el protagonista escatológico de esta historia, por eso no podía hacer menos que daros unos pequeños datos físico-intelectuales. 


 Con los antecedentes arriba expuestos comienzo, ahora sí, a tratar el tema que nos interesa. Que por qué no decirlo, tiene cierta enjundia. Ya sabemos la fecha del examen de su asignatura, pero nos falta describir el espacio físico. Éste se sitúa en los bajos de la renombrada y mirífica facultad, y el nombre que recibe es el de “Aula Checa” o “Txeca”. El por qué de este nombre es algo que no me dejó dormir durante mucho tiempo, pero al final pude hacerlo gracias a la ayuda de los ansiolíticos. Es un inmenso espacio rectangular, compuesto, y lo digo a ojo de buen cubero, por unas 13 ó 14 columnas y treinta ó cuarenta filas. Esto teniendo como punto de perspectiva la puerta de entrada. Muchas veces al pasar esta puerta tuve la sensación (mutatis mutandi), al menos creo que ellos lo sienten así, de ser un cerdo camino del matadero. Debajo del marco, pero por la parte de dentro, cómo si esa fuese su casa y allí se convirtieran en invulnerables, se situaban los profesores, todos esos adláteres del catedrático quede manera cordial te invitan a entrar y a sentarte en la parte delantera. Ya se sabe que los que copian se ponen detrás, es una regla implícita en el manual del buen copión. Te miran con un brillo sospechoso en los ojos, y tú te preguntas: ¿de qué coño se ríen estos hijos de las re mil putas?... cuando el catedrático lee, de forma solemne y henchido el pecho, las preguntas, ya no te queda ninguna duda de cual es el motivo de su hilaridad. Las preguntas en hartas ocasiones, no sería de justicia decir siempre, la piensan con la cabeza. Pero con la de la polla. Suena fuerte, ya lo sé, pero a vosotros os gustaría que después de haberos roto el culo estudiando para la teórica del carné de conducir, por poner un ejemplo aleatorio y azaroso, os propusieran preguntas de esta índole, verbi gratia: 1) ¿ por qué la mantis religiosa se come al macho después de copular? 




a) porque después de follar tiene hambre y no encuentra nada más cerca b) porque ese macho la dejó insatisfecha y no se merece follar con nadie más c)porque se la intentó meter por el ano sin preguntarle nada antes, y eso no está bien. 2) Atención pregunta:¿la mantequilla se unta?, atención respuesta: sólo, si el pan se tuesta... verdad que os jodería si os preguntaran algo así; hubierais preferido que os preguntaran por el significado de esa señal en la que sale un 40 dentro de un círculo rojo sobre fondo blanco y que, absolutamente, todo el mundo sabe que es el coeficiente del Jose, de José María Aznar. Y es que yo no quería que este relato fuese tan largo pero una vez puesto hay tantas cosas que narrar que sería imposible obviarlas. Ya una vez dentro, del aula, te sientas y esperas la mencionada lectura, después, cabeza gacha y boli en mano, comienzas a escribir compulsivamente y a rellenar hojas sin ton ni son, cómo si la vida te fuese en ello. Y es que la experiencia te ha enseñado que aunque lo que importa es la calidad, nunca está de más la cantidad, ya se sabe que más vale que sobre que no que falte. Llegas a escribir tanto que al final a uno le da palo hasta revisar su propio examen, piensas ¡joder, ahora me tengo que poner a corregir las faltas y los lapsus linguae! ¡total no creo que se den cuenta de que “ombre” y “gurídico” estén mal escritas! Siempre me costó, en demasía, quitarme estas faltas ortográficas, y mucho no deben corregir pues nunca me llamaron la atención.. Así corrigen o así están preparados. Y es que ya se sabe que la endogamia y el nepotismo son moneda común en el ámbito universitario. Si tenéis tiempo y empezáis a mirar los apellidos de los docentes os daréis cuenta que en este tema hay demasiado putiferio. Y bueno si tu viejo tiene un bufete y te coloca pues qué le vas a decir, pero si hablamos de la Universidad... ¡no me toques el pitoque me irrito! Ahora ya sí, comienza la acción y el “leit motiv” de esta historia, que no por pequeña deja de serlo. 




Retomemos la figura de “Platón”, Carmelo Gómez, y su examen de Teoría del Derecho. Un examen, tipo test, con preguntas de Kelsen y su “Teoría Pura del Derecho”, de Norberto Bobbio (vaya nombrecito) y algunos ilustres a la vez que insignes y egregios juristas. Llegado al ecuador del examen y leyendo y releyendo una pregunta, no había manera de entender, humanamente, lo que significaba. ¿si you chulandespiesaloradecomer, que es lo quequieresmás jamón? Vosotros no la entendéis verdad, yo tampoco la entendí, aunque no he respetado el tenor literal de la mima para darle un cariz más cómico. Julio, calor, último examen, verano cercano, libertad, preguntas enrevesadas con enunciados ininteligibles, todo esto se juntaba en un marasmo de sensaciones que provocaban un sofoco considerable ¡socorro, socorro, que me corro!, y cansado de leer la pregunta y no entender absolutamente nada me levanté decidido a platicar con Platón y exponerle mis dudas existenciales sobre la pregunta número diecisiete de su examen. 


Incorporado ya, me dirigí hacia ÉL. Allí estaba, sentado en su mesa, impávido, abstraído, como si el tiempo no fuera con él y pasara sublime por encima de todas las almas mortales. Me acerqué por su flanco derecho, el izquierdo desde la vista de los estudiantes, y me situé justo detrás, inmediatamente detrás. Para que os hagáis una idea espacial, deciros que la mesa de Platón está al final de la clase, el aula Checa, y desde ese punto se divisan, con un simple movimiento óptico, todas las almas en pena que allí se examinan. Aquel día éramos unos 198 ó 199. Repleta de discípulos; inclusive los que echó al platicar al pasillo. Para mí, en ese momento, la vida giraba alrededor de la pregunta número diecisiete. No me interesaba en absoluto la gata Flora, que si se la meten grita y si se la sacan llora. Con las palabras ya pensadas en mi mente situé mi folio delante del maestro. Visión idílica, maestro y alumno, alumno y maestro, intentando descifrar el por qué de la existencia. No podía fallar, era como una clase de los peripatéticos pero sin Aristóteles. Le expuse mis dudas e incertidumbres sobre la decimoséptima pregunta y esperé. Mi visión englobaba lo mismo que la de ÉL, podía ver a todos los alumnos expectantes y atentos, aunque no fuera así realmente. Esperaba su respuesta ala pregunta con un enunciado análogo a la letra del aserejé. Él se tocaba la nariz con el dedo índice dela mano izquierda. Gesto harto común en el maestro. Yo miraba, impaciente, desde arriba y por encima de sus grandes espaldas. Lanzó raudamente ese mismo dedo a la hoja, queriendo señalar a la altura de la pregunta 17,e intentando responderme. Todo esto de una forma tan natural como un yogur. 


Aquí estamos en el momento cumbre. Estaba respondiendo cuando levantó su dedo índice. Siguió hablando hasta el preciso instante en que, ya apartada la barrera que ofrecía su dedo, se dio cuenta que me había pegado un mocarro verde en el margen blanco. Sí, un mocarro verde que con su dedo índice de la mano izquierda había trasladado de su infecta nariz a mi hoja de examen. ¡Platón me había decorado el examen con sus suciedades! En estos momentos difíciles, hay que ponerse en su situación, halló la calma e intentó, en un semigiro de cabeza, mirarme para ver si yo estaba al corriente de la “pegatina”. Ni siquiera llegó a girar hasta verme, ya antes se dio cuenta de que yo sabía de la situación por la que pasaba. La atmósfera se podía cortar con un cuchillo, el ambiente estaba enrarecido. Platón se hallaba en un aprieto y tenía que poner fin, raudamente, a esa situación poco propicia para su reputación. Optó por una salida, que él creyó digna ya mí pasado el tiempo me parece muy loable, y la ejecutó. Todo esto en fracciones de nanosegundo. Os cuento lo que hizo para que empecéis a flipar: enroscó su dedo corazón de la mano izquierda, apoyándolo contra el pulgar, en ese gesto tan característico que todos hacemos para desplazar una viruta de papel o de goma, y así pensaba mandar muy lejos del lugar el objeto del crimen, el “corpus delicti”, ese moco verde adherido al margen blanco de mi hoja. Lo hizo y el golpe fue certero: su mayúsculo dedo cayó firmemente sobre el susodicho cuerpo. Pero el resultado no fue el que ÉL buscaba. No consiguió alejarlo ni siquiera un milímetro de la hoja, es más, su resultado fue despachurrármelo en toda la hoja. Sí, lo que oís, despachurrado, desmenuzado, descuartizado, troceado, fragmentado y cuántos más “ados” queráis. El espectáculo lindaba entre lo surrealista y lo patético, lo trágico y lo cómico... Todavía no sé cómo logré contener la risa y no hundir a Platón a la altura del Titanic en Terranova. Imagino que fue por el respeto a 26 siglos de cultura en su haber, y no se merecía escarnio público por una simple pegatina. De mi sensación os puedo contar que cuando vi que me llenó la hoja de moco, aquello se puso muy feo, y ÉL en ningún momento buscó mis ojos, aspecto muy comprensible. Claro está que en todo este rato Platón seguía diciendo cosas sobre la decimoséptima pregunta, como el que no quiere la cosa, y que yo hacía mucho rato que había perdido el hilo. Mi mente era monotema: “Sácame el moco de la hoja, cabrón”, pensaba. La situación no se sostenía ya por ningún lado y decidí no meter más presión al maestro; al fin y al cabo ÉL ha sido quién nos regaló el mito de la caverna, y en justa contraprestación me batí en retirada, dejando circunspecto a Platón. Cogí la hoja, por la parte derecha, y me dirigí en sueños hacía mi pupitre. Claro está, no entendí ni una palabra de la atropellada explicación de la cuestión diecisiete del test. Da igual, no supe la pregunta creo, pero a ver quién ha tenido el privilegio de que Platón le pegue un mocarro en su hoja de examen, eso no está al alcance de cualquiera. Finalicé dignamente la prueba y se acabó el curso. De esto hace mucho tiempo ya, pero el recuerdo permanece latente en la memoria. Como corolario y siguiendo con esas casualidades, o causalidades para otros, de la vida, os cuento como finaliza esta bonita historia de amor...

Carmelo Gómez, Platón, se comprometió a colgar las notas en el tablón de la facultad, el día quince o dieciséis del mismo mes. Ese día, uno u otro no lo sé, estaba allí yo, presto a ver mi nota y dar por sentenciado el primer curso de Derecho. Me dirigí al tablón y no aparecían, las notas, por ningún lado. En estas que ya marchando para mi casa me encuentro con una persona, ¿os imagináis quién, no?. Sí, ÉL. Le comento su inexactitud sobre el día de publicación de las notas y que la gente había venido expresamente para eso, llevándose una buena decepción. El tipo, buen fisonomista seguro, se percató de mi cara y me hubiera gustado saber lo que pasó por su mente cuando me reconoció, imagino que algo así: ¡ahí está ese jodido del moco, será posible que no me lo voy a poder quitar de encima!... o algo como ¡ otra vez está este aquí, es una puta pesadilla!... Deciros que me trató muy amablemente y de motu propio accedió a corregirme el examen en su despacho, ¡el famoso examen del mocarro verde!, eso sí, yo no estaba delante. Se limitó a hacerme esperar durante unos minutos (vaya cara debió poner al ver de nuevo la hoja) para después salir y decirme la nota. Este es el final feliz de esta historia, que sería parte de esos pequeños momentos míticos que uno guarda con mucho cariño y que forman parte de esa intrahistoria que mueve el mundo, el personal y el que no lo es. Si alguna mente, “mal pensante”, elucubra sobre la posibilidad de cierto chantaje para que me hubiera subido la nota, con comentarios de tipo: ¡si no me pones la matrícula lo publico en la gaceta universitaria! o ¡se lo voy a decir a Sócrates!...anda mal encaminado respecto a la realidad.



FIN











Dedicado a todos los parados que, como yo , engrosan las listas del INEM, o de la OTG, y no teniendo gato para peinar se dedican a fructificar su misma existencia. Ya se sabe que ningún cuervo saca los ojos a otro cuervo; que la jaula dorada no alegra al ruiseñor y que la serpiente aunque cambie de piel no lo hace de naturaleza


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