domingo, 10 de diciembre de 2017

UNA TARDE DE AQUELLAS QUE...




Una tarde cualquiera de una guardia cualquiera, pululando por el parque de bomberos y esperando la siguiente salida. A saber qué, allí nunca se sabe. Te puede tocar sacar a alguien de un ascensor, apagar un peroquemestáscontainer o  también te puedes comer un buen marrón, faltaría, who knows.

Suena la alarma: tanque ligero y ambulancia, “auxili persona”. Probablemente la salida más típica, y tópica, en Bombers de Barcelona. Esa tarde estoy  de ambulancia, lo que quiere decir que me toca asistir al enfermero y realizar las tareas pertinentes, que acaban siendo mil y una, pero sobretodo estar al lado de él, o ella, e ir haciendo lo que demande. Mande usté.

Así que salimos al “auxili  persona” que al parecer  (y digo al parecer por que nosotros siempre recibimos una información estimada de lo que ocurre, luego muchas veces nos encontramos otra diferente o muy diferente, dependiendo) es un tipo con problemas mentales que ha pegado a su madre, la ha echado de casa y le ha tirado ropa y maletas by the window. Ya estamos que si la abuela fuma. La policía nos reclama para el acceso a la vivienda, cosa que ocurre bastante a menudo, o sea con frecuencia. Una vez allí evaluamos la situación (en este caso los bomberos que actúan en la salida),  y decidimos  entrar descolgándonos con cuerdas por el patio y entrar a hablar con el tipo (aquí siempre se calibra el binomio urgencia del caso/daño que ocasionamos al entrar, y que con las cuerdas suele ser cero o cero coma. Y si sale cero se la chupas al portero). Primero entra Matiu, el enfermero de nuestro turno (nos hace una seña para que esperemos porque parece que está todo bien; los demás mirando por la ventana de atrás) y se pone a hablar con él. El chaval es violento según nos dicen y hay que ingresarlo sí o sí por orden alfabético, perdón, por orden del médico. Esto significa que o sale  por su cuenta y colabora, o no colabora y hay que sacarlo por la fuerza, pero esa ya no es nuestra faena y también es harina de otro costal… Matiu  me pide que entre y pallí que voy más raudo que inmediatamente, tan rápido tan rápido como el que se puso a dar vueltas a un árbol y se dio por el culo. Está intentando convencerle de que tiene que ser trasladado al psiquiátrico del Mar y el chaval está más cerrado que el culo de un muñeco. No hay manera. Que el psiquiátrico es el puto infierno y que no va ni de coña, que vosotros no tenéis ni puta idea de lo que es aquello, nos dice. No sé por qué pero le creo. Tengo una tendencia innata a creer a los que consideramos locos. ¿Nuestra labor aquí? Intentar convencerlo para que acceda voluntariamente porque si no entraran los maderos y seguramente utilizarán medios más expeditivos que los nuestros. Seguramente no, seguro.


Seguimos hablando y en una de esas empiezo a mirar los libros que tiene por las estanterías, muchos muchos libros, lots of books como diría aquel anglosajón que se perdió en la isla.  El tipo se la pasa leyendo y cuando le da algún brote pues se dedica a joder a la madre que es a la que tiene más cerca (eso nos contó la madre entre información e información). Mirando las solapas veo que tiene un pared llena de libros “conspiracionistas”, del Club Bilderberg, teorías sionistas, los Illuminati, el Informe Lugano  etc etc. Comenzamos entonces a tirar de ese hilo a ver si es el bueno y es el que consigue cerrar con éxito el servicio. En este tipo de salidas en las  que se trata mucho de hablar con la persona e intentar llegar a razonar con ella siempre hay que procurar ver “por dónde respira” y ubicar de alguna manera aficiones o situaciones que te lleven a un punto común para que ella te dé su confianza (muchas veces sirve el decir que no eres policía, que eres bombero y que no hace falta que le deje entrar a ellos, ya que suelen estar encerrados, que solo entraremos un bombero y un enfermero para ver cómo se encuentra… otras tienes que fijarte ya en la edad, sexo o cualquier pista que te puedan dar familiares, vecinos o incluso recuerdo un servicio que me valió para “conectar” la camiseta que llevaba puesta un chaval…). Bueno, que me lío. Total que la conexión integral a la red fue con el tema de la conspiración, le dije si había visto los docus de Zeitgeist, me dijo que sí que los 3, y así pim pam pum bocadillo de atún acabamos elucubrando sobre la creación del dinero en el sistema monetario de los USA y otros asuntos que se tratan en ese tipo de documentales y bibliografía afín. Y con el tema de Ipanema  y después de mucho comerle la olla, el tipo no aflojaba fácilmente, conseguimos trasladarlo sin violencia alguna y por voluntad propia al Hospital del Mar (resumiendo que es gerundio). Eso sí: nos decía constantemente que no lo habíamos engañado, que iba por que le salía de los cojones y que sabía que en el psiquiátrico lo iban a tratar fatal, que no nos pensáramos que era un gilipollas y que podíamos jugar con él etc etc. Efectivamente no lo era (era violento y podía ser peligroso  tal y cómo trataba a la madre pero vamos que de tonto ni un vello púbico).


Y cómo la tarde pintaba divertida, ya de retorno para el parque de Llevant, Poblenou (una de las nuevas zonas donde está acampando la gentrificación barcelonesa), nos mandan de reenvío a un servicio para suplir a la ambulancia del parque del Eixample. Servicio al carrer Córsega amb Villarroel, enfrente del Clínic. Otro auxili persona. A ras sasar. Un rescate de una anciana que se había caído y se había roto la cadera en el baño, situación, desgraciadamente, más que frecuente en la Ciudad Condal. Se quedan tiradas, os, en el suelo sin poder moverse y con un poco de suerte tienen familiares que les llaman o se preocupan y van a verlos, o tienen teleasistencia, o vecinos de la raza humana que les oyen chillar si es que tienen fuerza para ello, pero, desgraciadamente otras veces, esto no siempre es así y  muchas veces encuentras cadáveres  (una vez vi una momia que se parecía a las que se pueden ver en los museos de Perú, una persona completamente momificada en el eixample barcelonés, apergaminada al cien por cien, nunca me hubiera imaginado que llegaría a ver algo así en el centro de BarSalona…).

Así que los compañeros se descuelgan con cuerdas mientras los “ambulancieros” esperamos tras la puerta para asistir rápidamente en cuanto logren abrir. Abren, asistimos a la anciana, y se decide que el traslado lo realizará el SEM (suele ser bastante habitual que trasladen ellos para dejar nuestra ambulancia libre, pero esto lo valora siempre nuestro sanitario y nosotros no entramos ahí).  

De nuevo al vehículo, “Sierra 25 finalitza servei i es dirigeix al Parc de Llevant”, el del barrio gentrificado. Return to home. Y aquí sí que comienza la fiesta de verdad, ¿qué fiesta?, la que te va dar ésta, parafraseando a quien tenga que parafrasear. No llevábamos ni cien metros recorridos cuando en la misma calle del servicio anterior vemos a un tipo chillando compulsivamente: “que me abras la puerta hija de puta, ábreme la puerta de una vez” que si patatín que si patatán. Chillando y gesticulando como si no hubiera un mañana. El mañana no existe, me llamo Eloy. Nos miramos entre nosotros, y qué, qué fem? No nos han activado desde central y además no es un caso que sea de ambulancia propiamente dicho, ni no propiamente dicho tampoco ya que no hay ni heridos ni nada similar y además la urbana está tres o cuatro portales más atrás, pero bué decidimos bajar y asomar el hocico a ver a qué pasa, ya que estamos. Joder, a ver qué pasa, la mare que ens va parir…

Matiu y el menda (Mario es conductor y le toca quedarse de chófer) nos acercamos al tipo para preguntarle qué es lo que pasa, que si tiene algún problema en el que le podamos ayudar. Responde nervioso y con poco sentido no sé qué de que no le abren la puerta, que si la hija de su novia que no sé qué no sé qué cuantos. Cómo si no nos hubiera dicho nada. En ese mismo momento baja la novia del pibe que resulta ser la madre de una chica de 23 años que nos cuenta se ha escondido y no la encuentra. Hasta aquí parece que no va a hacer falta nuestra ayuda y empezamos a dudar. Ahí la madre nos cuenta que su hija es autista, con síndrome de Asperger, y que le había dado una crisis y se había escondido. Con esa información la situación cambia y decidimos quedarnos a ver qué pasa con la chica. Ni cortos y menos perezosos nos vamos al piso a ver dónde coño se había escondido. El equipo de ataque formado por la madre, una guardia urbana que había venido andando desde el servicio anterior y que había visto que nos habíamos parado, el Matiu y yo (importante saber quién iba para entender mejor lo que está por venir). El equipo A, por así decirlo.


Llegamos al piso y dice la madre: tiene que estar por aquí pero no la encuentro!!!  Nos ponemos a la búsqueda con ahínco pensando que iba a ser cuestión de dos minutos que la encontráramos. No way. Registramos todas las habitaciones, debajo de las camas, dentro de los armarios, en la bañera y porque no había altillos sino también les metemos un meneo. Nothing de nothing. La cosa se complica más que sacarle un seguro de viaje al Frank de la Jungla. Señora, su hija aquí no está debe haber salido en algún momento y usted no se ha dado cuenta. Que no que no, que tiene que estar aquí seguro que me ha llamado muy nerviosa (resulta que la madre no vivía allí, allí vivía la hija con dos chicas más de alquiler. Sí, sí aquí la información viene con cuentagotas, tal y como nos pasa a nosotros en los servicios). Pues entonces se debe haber escondido arriba, dice. ¿Arriba dónde señora?. Arriba en los cuartos trasteros… Venga que empieza la fiesta, ¿qué fiesta?


El equipo A emprende su ascenso a los trasteros del sobreático. Y claro no iba a ser todo tan sencillo que llegáramos allí y hubiera un solo trastero iluminado y con las señales de emergencia fluorescentes en el suelo. No. Para nada. Dos partes independientes con cinco o seis puertas cada una, tócate los huevos Miguel. Sin iluminación alguna y para más INRI, nosotros como no íbamos de emergencia no habíamos pillado la linterna ni el casco ni ná de ná. Allí había menos luces que en el Castillo de Drácula. Pues nada, alguien tenía un móvil y con la luz de ese móvil (me recuerda esto a la canción de Camarón que dice que con la luz del cigarro yo vi el moliiiiiino) fue con la que íbamos abriendo puerta por puerta e inspeccionando a ver si estaba allí Marta (nombre ficiticio). Surrealista no?. Ya, pero es que en bomberos de vez en cuando se viven situaciones surrelistas y, claro, otras no tanto. Registramos todas las putas puertas sin éxito alguno, abriendo cada una ellas con cuidado y cautela ya que ni flowers de lo que te vas a encontrar. Detrás de cada puerta puede haber cosas inimaginables,  he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves naves más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhauser, parafraseando al replicante...

Ya con todo registrado y más perdidos que el Fary en una jam de jazz, aparece un vecino extra, un nuevo personaje que llega y dice: ESTÁ AHÍ. ¿Ahí dónde?, le espetamos con el móvil en la mano como si fuera un espeto malagueño. AHÍ ARRIBA. Sí, aún quedaba una planta más, la terraza… El Matiu y yo nos miramos y vamos raudos a la siguiente y última planta. Un octavo si mal no recuerdo… Comienza la fiesta, ¿qué fiesta? …

Llegamos a la entrada de la misma y les decimos a todos que se queden allí, que solo pasamos nosotros. Avanzamos un metro más, nos situamos debajo del dintel de entrada y ¿qué es lo que vemos? Pues a la xiqueta sentada detrás de la baranda, ya en la parte exterior del edificio. Está a punto de tirarse (intentaré describirlo para que os hagáis una idea más o menos exacta de la foto del lugar: la terraza unos seis metros de ancho, una baranda de unos 80cm de altura, de obra, no metálica, éstas típicas balaustradas  con columnas de los edificios del Eixample, y ya detrás en la parte de la fachada una repisa de unos escasos 40 centímetros, de los centímetros reales no de los que utilizamos los hombres para medirnos el pene). Y poco más. Nos miramos y no hace falta deSí nada más. El marrón comestible es considerable en estos casos pero es lo que hay y para eso eres bombero, así que no te cabe ni la opción de dudar. Era un hombre tan pequeño tan pequeño tan pequeño que no le cabía la menor duda. Te tocar ser heurístico e inventarte lo que sea porque la formación para esto es justita. Vamos poco a poco y le hablamos para ver cómo reacciona, decidimos. Empezamos a caminar por la terraza muy lentamente, llevamos como dos metros plus minusve y vemos que está acuclillada en la repisa, hablando por teléfono… Avanzamos un metro  más, estaríamos a escasos dos o tres metros de ella, máximo. En este momento Matiu la llama por su nombre y le dice: “Marta, somos los bomberos venim…”  Y a partir de aquí se acabaron las fiestas y todo comienza a ir a una velocidad que me es difícil reflejar con el verbo, I´ll try my best. Justo en ese momento, ella se incorpora en la repisita, tira el teléfono al vacío y suelta “me quiero moriiiiiiiiiiiir” y ya empieza a realizar el movimiento de lanzarse al vacío. Supongo que nosotros estábamos lo suficientemente cerca ya (toda la escena es dinámica, entre la llamada de Matiu y  el movimiento de incorporarse nosotros seguíamos avanzando hacia ella). Fue así que ya con ella con medio cuerpo fuera de la repisa y lanzándose nosotros la agarramos, no me expliquéis cómo  porque justo en este momento yo tengo un blackout de la hostia. Y en 40 palos es el segundo que me pasa (sin contar las borracheras excesivas que generan vacío en la memoria, que eso no son blackouts). Total, que comenzó un forcejeo para retenerla e impedir que se precipitara, pero ella ya estaba medio volando fuera y se nos estaba escapando. Y de esta imagen, y de esta lucha, en la que hay un forcejeo por la parte superior de la baranda resulta que toda esta acción acaba con Marta ya completamente volando al vacío y yo cogiéndola, arrodillado, de un solo antebrazo suyo con mis dos manos pero desde la parte inferior de la baranda. Y la parte de la mano de Marta que sobraba por arriba después de mis manos agarrada por la mano de Matiu.  Para flipar en colores no, lo siguiente (aunque hay un vacío de memoria ahí producido por la hiperintensidad de la escena no es difícil imaginar que en algún momento del forcejeo y viendo que ella se resbalaba decidí arrodillarme y meter mis brazos entre los barrotes). El tenerla cogida por la parte inferior de la baranda implicaba que no podía tirar hacia arriba de ella, ya que era mecánicamente imposible, solo podía sostenerla y en una posición muy incómoda.

Así que en este preciso instante me encuentro sosteniendo a una mujer de 23 años desde una terraza de un edificio del Eixample que tiene el cuerpo completamente suspendido en el aire y que su único asidero son mis manos). Lo estoy escribiendo y me estoy poniendo nervioso solo de pensarlo otra vez. Para mí esta vivencia y otra que viví en Perú hace quince años cuando me atracaron tres hijos de puta y me robaron a las tantas de la matina asfixiándome durante largo rato hasta que me hicieron perder la conciencia son las situaciones más extremas que me ha tocado vivir, nada comparables a otras muy chungas, pero estas tan extremas son diferentes, y encima las dos las viví en posiciones estáticas sin capacidad de movimiento. En una tenía la sensación de que me estaban matando y encima ni siquiera podía defenderme porque tenía un cuchillo en el hígado, no podía respirar desde el segundo cero y después de quitarme las 2 mochilas y más que llevaba ellos seguían apretando y apretando y apretando hasta conseguir que desfalleciera. Y en esta era en mí muy certera la idea que si se me abrían un poco las manos Marta moría, eso estaba muy claro también en mi ser. En una moría yo (esa fue mi percepción mientras me seguían asfixiando cuando ya me habían robado todo) y en otra moría otra persona.

Con Marta volando y cogida solo de un antebrazo seguimos con la historia. Son momentos que tienes que ir decidiendo con lo que puedas y en este caso todas las salidas que teníamos estaban más que limitadas, limitadísimas. En un primer momento Matiu me dijo que había que avisar a la escalera de bomberos y tal y tal, es lo primero que te viene a la cabeza. Pero claro, entre que llamas al CGE, recibimos nosotros la llamada en el parque, llegamos, emplazamos la escalera, la engravamos y la subimos con la cesta a la terraza hubieran pasado los suficientes minutos para que yo no pudiera aguantarla, eso seguro. Montar el colchón de rescate también hubiera llevado otro tanto. Además al ser una terraza con trasteros en el piso de abajo y tal y tal tampoco había una ventana por donde cogerla desde la parte inferior. Todo esto se te va pasando por la cabeza mientras estás agarrando a una mujer que te está mirando fijamente a los ojos y que empieza a moverse y a intentar cogerse a “nada”, porque no había nada donde cogerse. Excepto la viga saliente donde va la “curriola”, pero que de nada le servía y a mí sus movimientos me ocasionaban más problemas que cualquier otra cosa. A todo esto, en este momento entra en acción el resto de las integrantes del equipo. El tiempo pasaba tan lento en esos momentos que es indescriptible. Aparecen la madre y la urbana, la madre histérica intenta saltar al otro lado y Matiu y yo le chillamos a la urbana que no le deje hacerlo que se va a caer que la repisa es muy pequeña y que ella no va a tener fuerza para levantar a la hija en volandas y se nos van a caer la dos. La madre chillando descompuesta y la urbana reteniéndola para que no intente saltar. Tic tac, tic tac.

La agonía que estábamos sufriendo Matiu y yo para qué os la voy a contar si seguro la estáis imaginando. La tenía muy bien cogida, cierto es, muy fuertes mis manos en su antebrazo (por todos es sabido que en estas situaciones la fuerza se multiplica exponencialmente (me contaron una historia tiempo ha cuando curré de estibador portuario que un hombre dejó marcadas sus manos en el volante de la máquina en la que había volcado después de un accidente…) Y sí, sentía que la tenía muy bien pillada, pero desde el propio inicio sabía que tal y como estaban las cosas el tiempo que la pudiésemos aguantar era muy limitado. Era liviana, pero por liviana que fuera sus 50kilos no se los quitaba nadie. Es un momento tan intenso y sin salida aparente que las dudas empiezan a florecer muy rápido en tu mente. Empecé a pensar que el tiempo que la iba a poder sostener, que era cuestión de segundos, minutos máximo, para que se me empezaran a abrir las manos no sería mucho (los que hacen ejercicios isométricos saben que llegado el momento los dedos se te empiezan a abrir y no hay manera humana de retener tu peso si estás colgado de una barra, se te abren y te caes, punto). Y eso pasó por mi cabeza, ya ves si pasó. Así que la cabeza te empieza a ir a una velocidad supersónica pensando las pocas posibilidades, o ninguna, que tienes para sacarla de allí. Giraba mi cabeza a un lado y veía a la madre chillando y a la urbana, la giraba al otro lado y veía a Marta debajo de mí, mirándome fijamente (imposible olvidar esa mirada).  Agotadas las posibilidades que teníamos a mano empezamos a chillar que llamaran a alguien, que vinieran más personas, que avisaran a quien pudieran que yo qué sé qué que yo que sé cuántos. Momentos ya extremos, no se te ocurre nada más, porque de hecho no se puede hacer nada más. Así que en este fatídico y agónico punto de la historia, con nosotros chillando y pidiendo ayuda desde donde fuera y de quien fuera aparecen dos guardias urbanos más que llegan a la terraza y se ven el percalón ya en pleno apogeo. Se acercan corriendo a la baranda y le digo al que más cerca me pilla que no hay otra que pasar al otro lado para rescatar la chica. Tremendo marrón que se comió el pibe, os lo puedo asegurar (y no soy yo el defensor de los cuerpos policiales precisamente pero éste le puso lo que había que ponerle, unos cojones como una catedral de grandes y perdónenme el patriarcalismo del vocablo, pero de hecho le puso más de lo que había que poner). Uno de ellos, grandote también, ni se lo piensa y cruza al otro lado de la baranda (el otro tiene que asegurarlo de la única manera que puede: cogiéndole con sus brazos a través de los barrotes de la misma y pillándole de la pierna, no hay más). El que cruza la baranda se tiene que poner de perfil ya que de frente se caería a la que intentara levantar a Marta (yo, en este momento que cruzó el urbano al otro lado, pensé que se iban los dos para abajo, ella y él, porque la repisa era realmente pequeña y más para aguantar ya a un hombre corpulento que tenía que levantar a pulso a una mujer de 50kilos más los que pesaba él, la desgracia se palpaba). A partir de aquí no tenía ninguna visión de lo que pasaba porque el cuerpo del urbano me tapaba toda la escena, pero no hay más que una posible. Se tenía que agachar cómo pudiese en aquella pequeña repisita y levantar a Marta de la única manera que había: a pulso. Brutal. El pibe lo hizo, ya ves si lo hizo, olé tú chaval, olé tú. Os aseguro que cualquiera no la levantaba de allí, había que ser muy fuerte y además, jugársela mucho. La subió a la repisita. Lo noté porque de golpe  ya dejé de tener que hacer fuerza y empecé a ver su perfil a través de los barrotes. Justo en este preciso instante aparece Mario, conductor de la ambulancia, que se encuentra también de golpe con toda la escena. Llega corriendo donde nosotros, ve al urbano y a Marta en la repisa exterior, en un nanosegundo me pasa el moscata de su cinta personal (para que le aguante mínimamente desde fuera yo con una mano, la otra la seguía apretando firmemente al antebrazo de ella ya incorporada pero fuera) y salta también para ayudar al urbano a meter a Marta dentro. Momentos raros, muy raros, pero de un alivio inefable. Levantan a Marta por encima de la baranda y la pasan al otro lado. Empieza a chillar que le vamos a romper el brazo, que le vamos a romper el brazo, que le vamos a romper el brazo. Yo no lo había soltado aún y la tenía atrapada en la parte inferior  de la baranda, vamos que la estaba partiendo por la mitad, el cuerpo arriba y el brazo debajo, así de fuerte la tenía cogida y bloqueada…  La suelto, un par de segundos y ya está en el otro lado. Pfffffffffffffffffffffffffffffff. El urbano salta, Mario salta y todo el mundo fuera de peligro. La mare que nos parió, qué intensidad tan cósmica.

Me siento con Marta en medio de la terraza, está llorando a mares, me cuesta imaginar todo lo que vivió ella. Su cabeza apoyada en mi corazón y yo intentando aliviar su dolor en todo lo que pudiera. Mucha, mucha, mucha emoción, la mente desaparece y todo es puro sentimiento. Fuera la acción, fuera el pensamiento. Allí estuvimos no menos de 10 minutos, claro que también me parecieron horas, y ella me pasó tantas “cosas” sin decir casi ni una palabra. Dolor, mucho dolor, hay personas que sufren demasiado en este mundo. Les ha tocado ese sino. Así es.

Allí en la escena, todos hablando de lo que ha pasado, otros calmando a la madre, alucinando con lo que nos había tocado vivir, abrazos y más abrazos. Me abrazo con el urbano, con Matiu y con Mario. Llega el momento de decidir qué hacemos, y Matiu decide que tenemos que trasladar a Marta al psiquiátrico del Clínic, que es dónde ya ha estado otras veces y qué además nos pilla a minuto escaso, justo enfrentre. Bajamos con ella a la ambulancia y seguimos charlando, intentando aliviar y mitigar el dolor del momento. Pasado un rato de la increíble escena, estamos riendo en la ambulancia, sí sí riendo, porque resulta que ella es fan de una serie (a dos metros bajo tierra) que yo también conozco y a partir de ahí tenemos un “enganche” muy bueno con ello para ir distendiendo la tensión acumulada y distraer la atención a cosas más cotidianas, más banales. Surgen temas, e incluso sale que conoce a un bombero de Barcelona y quien es, ah y nosotros también lo conocemos, y de qué lo conoces, y de…

Llegamos a psiquitría del Clínic, damos informe y nos despedimos de ella con muchos abrazos y mucho afecto…


Esta historia pasó en noviembre del año pasado, 2016, y la escribo ahora porque estas cosas es mejor dejarlas madurar antes de darles forma, cuando uno ya ha digerido y masticado todo. 

Al día siguiente, claro que tuvimos que acabar la noche de guardia que nos quedaba, llegué casa y al momento empecé a llorar, y llorar y llorar. Dos días enteros llorando, así de golpe, con una especie de tristeza apoderada de mi ser. No me resultó nada extraño ya que me pasó exactamente lo mismo unos meses antes cuando llegué de trabajar en los campos de refugiados de Grecia. Aquella vez estuve 4 días enteros llorando casi sin parar como diría aquel. Es llegar a casa, donde estoy solo y no tengo que estar interaccionando constantemente, donde puedo encontrar silencio, y brummmmmmmmmmmm empieza a manar todo lo que me he comido en esas situaciones. En estos casos de una tristeza brutal, de dolores insoportables que uno tiene que ver ya en un campo de refugiados con personas huyendo de una cruenta guerra ya en una persona que decide saltar al vacío porque no quiere vivir más, en el fondo son parecidos los dolores del alma. Hago mi catarsis así, interiorizo todo lo que me ha tocado vivir, tanto a nivel emocional como a nivel mental y físico y procuro añadirlo a mi ser. Poco más que decir.Bueno sí, pero no creo que toque ahora. No hay otra cosa que haya venido a realizar a este mundo que mi propio crecimiento espiritual, a partir de ahí todo deviene, de lo más a lo menos y de lo menos a lo más, y estas situaciones tan extremas siempre te confrontan con lo más íntimo de la existencia. Tan difícil este camino y con tan pocas indicaciones de por dónde uno tiene que avanzar que ésta la tengo meridianamente clara. Y ahí seguimos. Pasito a pasito.


Estaría mal acabar esta historia sin contar la última parte que aconteció ya sin voluntad del menda, los hechos se fueron produciendo por ellos solos y acabaron de la manera que ahora os relato (no podía finalizar la historia sin darle un toque de humor, o de surrealismo, que hi farem, ese también es mi sino) .

Llegado ya marzo, pasados los meses, nos dicen al Conjunto Voltereta (Matiu, Mario, and Moi) que nos van a conceder una medalla al mérito, una de éstas que conceden de tanto en cuanto en el cuerpo de bomberos. Nos la dará la Colau en el Saló de Cent de l´Ajuntament de Barcelona el día del Patrón de Bomberos.  Ésta también es muy buena eh, que la Colau te dé una medalla tiene su gancho y su parte humorística, no nos engañemos, da para hacer un gag sobraO jajajajajajajaajajajajjajajajajja  Tuve algunas dudas sobre si asistir o no porque no me van estas mierdas de protocolo y tal y tal y por supuesto que nadie puede obligarte a ir. Pero bué, cacagué,  hablamos los tres y decidimos asistir. Y además, qué pollas, mi vieja lo iba a disfrutar a más no poder. También se hacía entrega de premios a los jubilados del año anterior y se oficializaba el nombramiento de la nueva promoción. Así que para allí que nos fuimos el día del Patrón bomberil a recoger la medallica al Ajuntament. Había tanto protocolo con tanto político que mataba cualquier indicio de humanidad, en fin. Estos actos molan más cuando se celebran sin políticos por medio, pero no quedaba otra. Tanta solemnidad tanta solemnidad que daban ganas de rajarse un cuesco, Henry Miller dix it. La escena no dejaba de ser graciosa: salir a recoger la medalla a toque de corneta para no retrasar todo el evento, pararse en unas rallas  marcadas en el suelo y prepararte para la foto, así pim pam pum bocadillo de atún con mercurio.  Os voy a dejar la foto aquí en el post porque realmente no tiene desperdicio y es un buen guiño humorístico para el que me conozca ajajjajajajjajajaajjajajajaja Si me tiran un “cañito” me lo como fijo con las piernas tan abiertas ajajajajajajajajajaajajjaja







Y bueno, recordad que hay gente que necesita un verano. Hazte donante de veranos. Donna Summer.

Seguimos en línea compañeras.


No me quiero ni inaginar cómo cojones lo hizo este company... y manda huevos que la chica se parece a la de nuestro rescate, y un rato largo. Para flipar...

Abracitos y besitos.

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